lunes, 29 de septiembre de 2008

Surreal

Estaba en una casa, conocida y desconocida a la vez, muy iluminada, bañada por la luz que se filtraba por las ventanas. En realidad, era un apartamento; creo que estaba en la cocina. Por la ventana se veía un paisaje que no estaba: un cielo brillante, algunas nubes, pero nada más; no percibía ciudad o montaña, pero estaba seguro de estar en una ciudad, una ciudad distinta a donde vivo, pero me sentía en casa.

En el espacio donde me encontraba (que a estas alturas no estoy seguro de si era una cocina) había otras personas: recuerdo a algunos familiares, y a ella. Ella vestía un top blanco y una falda larga de tela, con estampados marrones y ocres, un estilo de vestir que no se me hizo extraño, aún consciente de no haberla visto nunca usando una falda; un estilo de vestir que me agradó. Era ella, su rostro, su cuerpo; hacía algo, hablaba; parecía que hablaba con otras personas, unos preparativos para alguna reunión.

Ella y yo estábamos conscientes de la presencia del otro, pero no interactuábamos, concentrados en nuestros asuntos. Me dirigí a buscar unos platos (no recuerdo para qué), justo al lado de donde ella estaba parada; me sentía indignado, molesto con ella, aunque no sabía la razón (o tal vez sí), y traté de no prestarle atención, de ignorarla. Ella no hizo lo mismo y pasó su mano por mi espalda, cerca de mi hombro, y me dijo: "discúlpame por haberte tratado así"; su rostro era el que conozco, con esa expresión que te dice "lo siento, pero no cambiaré de opinión, ni me interesa hacerlo".

No recuerdo qué le respondí, pero tengo la impresión de que fue algún sarcasmo..., ella no quitó su mano de mi espalda, y aunque no recuerdo todo lo que me dijo, algunas palabras quedaron grabadas: "... es lo mismo que le dije a él..." ¿Él? Comprendí que era alguien que la pretendía, que lo había intentado, y que había sido rechazado, o que estaba ahí, en espera de no sé qué, de la definición de ella, de su decisión.

Me sentí descorazonado, aunque de alguna forma que desconozco, me lo esperaba, y sus palabras (que como siempre, tratando de confortar logran herir), no sonaron extrañas, no me derribaron.

Ella aún tenía su mano sobre mi espalda cuando desperté.