sábado, 9 de enero de 2010

Érase una vez, la memoria y los sentidos

Es curioso cómo en ocasiones ciertos olores, ciertas sensaciones, traen determinados recuerdos a nuestra memoria; ese olor a tierra húmeda que me recuerda las tardes lluviosas de mi niñez, contemplando el patio de mi vieja casa, viendo charcos de agua acumularse, y formando meandros con mis dedos. Y tras el recuerdo, viene la emoción; esa nostalgia del pasado, por lo que ya no será, ese tiempo remoto en el que se era más feliz; o la tristeza por los momentos vividos de angustia y temor, que no queremos que vuelvan. La sensación despierta el recuerdo, el recuerdo la emoción; causa y efecto.

También están las otras sensaciones, las que no operan a través de los sentidos (al menos no de los físicos), sensaciones más sutiles, menos evidentes; el efecto se vuelve causa, la emoción que despierta el recuerdo. Las emociones pueden llevarnos a otro estado de conciencia, sensibilizarnos de tal modo que el recuerdo de ciertos eventos quede a flor de piel, retroalimentando esa emoción, un círculo vicioso a veces maravilloso, otras veces agobiante.

¿Qué es el humano sino un saco de memorias, apiladas unas sobre otras, montaña de recuerdos en crecimiento incesante? Emociones. Sensaciones. Sentimientos.

Es ésa nuestra esencia, es eso lo que somos.

Escrito el 24/05/2008
Crédito foto: Rainer Berg

Inercia de la parálisis

Hay ocasiones en las que estamos más sensibilizados, ocasiones en que nuestros sentidos, liberados, nos permiten conocer más de nuestro entorno, sentirlo sin que nada nos interrumpa, sin ruidos, sin distracciones internas. Los artistas los llaman momentos de inspiración, presencia de la musa benevolente, instantes en que los bloqueos desaparecen y se desata la creatividad, la necesidad de construir, de comunicar.

Creatividad. La capacidad de tomar elementos existentes para crear algo nuevo. El escritor no inventa las palabras; éstas ya existen, él sólo tiene que unirlas, orquestarlas en una composición que transmitirá algo al lector, que estimulará su imaginación y, quién sabe, quizás hasta le lleve a su momento de inspiración, esa chispa que realimente el círculo de la creación.

Me es difícil comprender por qué a veces no puedo percibir las cosas de la misma manera, por qué en ocasiones eventos que deberían traer alegría pasan inadvertidos, opacados por el día a día, la rutina insensibilizadora, el constante mecanismo de reloj que me hace seguir casi por inercia. Por momentos me detengo, conciente del rumbo perdido, pero continuando aún en el ciclo, incapaz de romperlo.

De repente, sin esperarlo, en un momento cualquiera (o al menos no soy capaz de percibir qué diferencia ese momento de los demás), llega el destello de iluminación: siento con mayor intensidad mi entorno, me arrepiento de lo insensible que fui en tal o cual momento, me disculpo conmigo mismo, me prometo enmendarlo, no hacerlo de nuevo, y el mundo se vislumbra como un mejor lugar. Momento de creación, instante de inspiración. Al menos durante ese instante. Después, todo sigue su curso normal. La misma insensibilidad. Como si de repente, sin darme cuenta, me hubiera bajado del tren que me llevaría a ese destino anhelado.

Tal vez miento. Tal vez no me es difícil comprenderlo. Tal vez es simplemente la costumbre. El miedo a fallar, al fracaso, a la frustración. Miedo a ser vulnerable. Miedo a no ser lo que quiero llegar a ser. Miedo a intentarlo. Miedo.

Es definitivo que el miedo, al menos ese miedo irracional que nos detiene, ese inhibidor de los sentidos que nos mantiene en la inercia de la parálisis, es el instigador que nos convierte en nuestros peores enemigos.


Escrito inicialmente el 28/09/2008,
corregido y revisado una y otra vez, hasta hoy.
Cruel perfeccionismo, ya nos veremos las caras.