domingo, 4 de diciembre de 2011

La catedral del mar

La Catedral del MarLa Catedral del Mar, por Ildefonso Falcones
Mi valoración: 4 de 5 estrellas

Arnau Estanyol, el protagonista de esta novela de ficción histórica, se erige como la epítome del héroe, o en su defecto del súperhombre, con la integridad, el valor, la bondad, y todas las cualidades que desearíamos que definieran al humano: el ser humano ideal.

Aunque esto resulte en un personaje que, en mi opinión, decanta en una idealización extrema y digna de relatos épicos de los autores clásicos, de otra época, es imposible no dejarse atrapar tanto por la simpatía natural que Arnau inspira en el lector como por la trama de la novela en sí, la historia que lo enmarcan a él y a sus desventuras.

Entre traiciones, fanatismo religioso y absurdos grotescos que sólo se entienden posibles en el contexto de una Edad Media marcada por el miedo al fin del mundo, en una Barcelona llevada por la idea de la nobleza de la sangre y los derechos divinos, la historia cautiva al lector, manteniendo la intriga y alcanzando en algunos puntos vuelcos inesperados que mantienen el suspenso, con sus momentos de genialidad y una cadencia propia.

Una novela que golpea y a la vez conforta al lector. Una novela para recomendar.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Capítulos

Mi éxito como escritor de novelas sería muy dudoso. Nunca he sabido cómo cerrar un capítulo, llevarlo a una acción concluyente, un desenlace determinante, que dé paso al siguiente y permita así el tránsito de la historia.

Cada uno de mis capítulos empaña con sus remanentes al siguiente, mezclándose, confundiéndose en una fusión de indeterminaciones, galimatías y fulguraciones rumiantes que desvían la atención del lector (y ni qué decir la del autor) hacia la indeterminación y el sueño inefable de la auténtica ingenuidad.

Mis capítulos acaban no teniendo una forma definida. Amorfos como son, encierran ideas magníficas de lo que pudo ser y lo que no debió ocurrir, de lo que se perdió o se debió, o de lo que se observó u obvió, con descripciones muy detalladas de la nada, y poco énfasis en el todo.

Espero que el lector de mi obra sepa disculparme estos ensayos infructuosos. Quizá del ensayo no quede tan sólo el cansancio.

lunes, 15 de agosto de 2011

Abrazos gratis

Así decía el cartel que colgaba del cuello de la linda muchacha que me recibió con un gran abrazo al salir de la estación, llegando a la plaza: "Se dan abrazos gratis". Y vaya abrazo..., duró casi un minuto.

Entre lo inesperado del gesto y los hermosos ojos claros de mi cariñosa anfitriona, la confusión me hizo pensar que se trataba de una turista, parte de un grupo de extranjeros curiosos interesados en experimentar con sujetos de prueba caribeños para medir sus reacciones ante gestos afectuosos inesperados..., o, en todo caso, una integrante de un grupo New Age. "Soy de aquí", me respondió, "y te invito a que tú también regales abrazos a todo el mundo, todo el día". Me despedí con una sonrisa y balbuceando un "gracias"..., deben disculparme, había quedado atolondrado.

Ya en camino hacia un banco de la plaza, a donde me dirigía a sentarme y a esperar (pues había llegado demasiado temprano, al parecer), me recibió un muchacho que también me dio un abrazo (esta vez breve, pues lo cortés no quita lo viril); una vez sentado, se me acercaron una muchacha y un muchacho, que hicieron lo propio. Tantos abrazos gratis ya parecían táctica de mercadeo velado, pero los ojos de cada uno de ellos no denotaban malicia; disfrutaban dar esos abrazos, que repartían sin discriminación entre las personas que deambulaban por la plaza. Las reacciones de los transeúntes eran diversas, pero algo me complació enormemente..., nadie se negó a recibir su abrazo y a, recíprocamente y en el mismo acto, devolverlo.

Tal vez esta iniciativa pueda parecer inútil para algunos, o hasta cursi, un acto de hippies o muchachos sin nada "útil" que hacer con su día, algo que definitivamente no va a salvar al mundo o algo parecido..., ¿o será que sí? Tal vez este tipo de actos no cambiará nada en un día, impacientes como somos, pero tengo la sensación (idealista frustrado como soy) de que si tenemos un poco de paciencia y replicamos la experiencia, una y otra vez y en cada rincón del mundo, tal vez, y sólo digo que tal vez, este mundo terminaría siendo un lugar un poco mejor; quizás, incluso, mucho mejor.

Esperé un rato, sentado en el banco y observando cómo este grupo de muchachas y muchachos compartían este simple gesto con todas y cada una de las personas que se encontraban en la plaza, cuando se me acercó una muchacha para darme el último abrazo gratis que recibiría por parte de este grupo. Fue un largo abrazo, y su cierre, contundente: "Somos todos parte de lo mismo. Al ver a aquella persona me veo a mí misma; somos parte de un todo. Somos hologramas, manifestaciones físicas de algo más grande", dijo, mirándome a los ojos. Dejándome un poco perplejo, se alejó para abrazar a la siguiente persona, y así hasta que la perdí de vista.

Tal vez haya sido la experiencia más surreal que tuve durante el día pero, sin duda, fue también la más real que he tenido en mucho tiempo.