sábado, 16 de febrero de 2008

El "hombre nuevo", ¿un ser sin aspiraciones?

Para crear un mundo nuevo (uno mejor, asumo), se debe formar un nuevo ser, un nuevo hombre, una nueva mujer. Si queremos que este nuevo mundo sea el del utópico sueño del mundo en armonía, en equilibrio..., en socialismo..., este nuevo ser debe olvidarse de "aspiraciones personales", de ambiciones e individualidades: el colectivo es el concepto que prevalece. O, al menos, eso es lo que dicen algunos, esos que intentan imponer su propia definición sesgada de lo que es el "colectivo".

No suena lógico que un colectivo no esté formado por personas, seres individuales con existencia propia, con sueños y, por ende, con aspiraciones personales. Es como si la frase hubiera sido satanizada, y su solo pensamiento constituyera una violación a los derechos del otro, un acto egoísta y con pretensiones violentas. Pero la realidad es que todo es cuestión de matices; no todo es blanco o negro.

Creo que todo humano tiene deseos propios, sueños y objetivos que quiere alcanzar. Sin duda, vivimos en una sociedad decadente en la que muchos de esos "sueños" son producto de una cultura plástica y sin alma, sí, pero no por ello deja de ser válido el tener deseos de superación y, por qué no, de vivir cómodamente disfrutando de "lujos" (entre comillas, pues algunos no son tan superficiales) en recompensa a nuestros esfuerzos, estímulos que alegren los sentidos, pequeñas bocanadas perfumadas que estimulen el olfato, sabores que deleiten el paladar o visiones que revitalicen el alma. Los excesos, los extremos, son ellos los que debemos evitar.

Pero aún cuando es natural que todo humano tenga aspiraciones personales, el ser individual no es un ser aislado. Tener ambiciones personales no implica pasar por encima de los derechos del otro, ignorar que compartimos un mismo entorno; aún entre seres con intereses propios es necesaria la cooperación para alcanzar un bien común, la compasión (y comprensión) para apoyar a quien lo necesite. Creo que el respeto por el otro es parte de una cultura que no se olvida de las individualidades, sino que las fortalece de tal modo que, al unirlas, se obtiene un colectivo que supera limitaciones y que crece en armonía real, no utópica, no extrema, sino equilibrada.

Si realmente queremos tener un "hombre nuevo" con valores humanitarios, éste debe ser el resultado de una evolución del pensamiento. Lo que necesitamos es educar, no adoctrinar..., crear una conciencia real, no impuesta. Formar mediante el ejemplo, formar una cultura nueva, precisamente la cultura del respecto a las ideas divergentes, la cultura del diálogo. No debemos olvidar nunca que las imposiciones siempre terminan aplastando masas, excluyendo, hiriendo de alguna u otra forma, y eso sí que es una pretensión violenta.

Una sociedad en armonía no se consigue a través la supresión del individuo, sino mediante el respeto del mismo.

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